La NASA:  Burocracia en Manos de Contratistas

Marcelo Raimon / apro
Revista Proceso                                                                                               10 de febrero, 2003

     Washington.-El lunes 3 --dos días después de la tragedia del transborador Columbia--- el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, entregó al Congreso su proyecto de presupuesto para el año fiscal 2004, que comienza el 1 de octubre próximo y en el que incluyó un aumento de los fondos para la National Aeronautics and Space Administration (NASA). Algunos congresistas adelantaron que son favorables a revisar los números y considerar una adición de fondos para mejorar la seguridad de los proyectos de la agencia.

Así, a pesar de las voces críticas que se levantaron sobre la seguridad y las ambiciones de la agencia espacial tras el estallido del transbordador con sus siete tripulantes a bordo, la Casa Blanca confirmó que se mantendrá el alza el presupuesto. Éste se destina a pagar a varios contratistas que casualmente figuran en la mayoría de las licitaciones militares, y a sostener económicamente su infraestructura y cuarteles, los dos principales de ellos (Houston y Cabo Cañaveral) ubicados en Texas y Florida, dos feudos del clan Bush.

La explosión del Columbia dejó al país conmovido y entristecido por la suerte de sus tripulantes, todos ellos señalados como destacados científicos y técnicos que llevaron a cabo una exitosa misión de 16 días de experimentos fuera de la atmósfera terrestre.

El lunes 3, las banderas de los edificios públicos y privados amanecieron a media asta. Pero la preocupación de muchos no coincidía con la tristeza de la mayoría. En los pasillos de las corporaciones relacionadas con la industria espacial y las inversiones federales a través de la NASA, el clima era --y es-- de preocupación por el futuro.

Aun cuando Bush dispuso de un presupuesto de 15 mil 500 millones de dólares para la agencia espacial (un 3 por ciento superior al del 2003 y con un alza del 4.7 por ciento para el proyecto del transbordador), algunos nubarrones podrían oscurecer las expectativas de negocios de gigantes como Boeing o Lockheed Martin, esta última responsable de la construcción del tanque de combustible externo, la parte del transbordador donde --según las primeras hipótesis-- habría ocurrido el desperfecto que derivó en la tragedia.

Lockheed Martin y Boeing llegaron hace años a un acuerdo para usufructuar de manera conjunta el negocio de la exploración espacial, constituyendo una empresa denominada United Space Alliance (USA), con base en Houston, que en 1996 recibió de manos de la NASA el encargo de manejar prácticamente por completo el proyecto del transbordador espacial. Tan grande es la compenetración de la USA en este proyecto que la empresa tiene actualmente en marcha un programa de un año para mejorar la seguridad de los vuelos del transbordador.

Aunque a la luz de la tragedia del sábado suene irónico, en octubre del 2001 Boeing y Lockheed pusieron en marcha el Space Flight Awareness, un programa para comprometer a los empleados en el conocimiento sobre las necesidades de seguridad y "la importancia de su papel en los vuelos espaciales tripulados por seres humanos".

"La seguridad en los vuelos es nuestra prioridad número uno en todo lo que hacemos en el espacio", afirmó entonces Mike Mott, vicepresidente de Boeing NASA Systems.

El primer contrato de seis años de la empresa conjunta con el gobierno estadounidense fue de unos 9 mil millones de dólares. La renovación se concretó por otros dos años, por un monto de 2 mil 900 millones de dólares para Lockheed, Boeing y sus alrededor de 120 subcontratistas.

EN LOS FEUDOS DE LOS BUSH

Quienes critican a la NASA recuerdan además que nueve de cada diez dólares que gasta la agencia espacial van a parar a manos de sus contratistas. Paradójicamente, algunos especialistas señalaron una presunta falta de coordinación y de dinero detrás de los problemas de seguridad de la NASA. "Claramente, los fondos para la NASA vienen siendo muy estrechos", dijo el lunes el diputado demócrata Steny Hoyer después de una reunión con el administrador de la agencia, Sean O'Keefe. "Tenemos la esperanza de que no descubriremos que la falta de fondos fue la causa del accidente", agregó.

Sin embargo, organizaciones que critican las operaciones de la agencia espacial se preguntan cómo es posible que la NASA gaste un promedio de 500 millones de dólares en los lanzamientos de los transbordadores cuando los rusos, por ejemplo, lo hacen con presupuestos mucho menores.

Parte II:

Intereses monopolistas

Washington.- Según la organización Space Projects, que mantiene en Internet un sitio de "control" de los gastos de la NASA, algunas empresas privadas ofrecieron al gobierno los servicios de lanzamiento por apenas 20 millones de dólares. Esta organización señala que la NASA cuenta con un presupuesto prácticamente superior al que tienen juntas todas las agencias espaciales del mundo. Así este abultado presupuesto sirve para sostener decenas de empresas contratistas. Por ello no sorprende que los negocios de la NASA sean ampliamente bienvenidos por alcaldes y gobernadores. Uno de los principales beneficiarios viene siendo el gobernador de Florida, Jeb Bush, el hermano del presidente estadounidense.

La agencia espacial parece tener debilidad por ese estado, ya que a principios del año pasado decidió mover allí, desde California, su Shuttle Orbital Major Modifications --precisamente el sector encargado del mantenimiento y seguridad de los transbordadores--, despertando grandes agradecimientos públicos del gobernador Bush. Para Florida, más allá del desastre del sábado, la llegada de un Bush a la Casa Blanca coincidió con la ampliación de los negocios con la NASA, si se tiene en cuenta que, durante su mandato, el expresidente Bill Clinton recortó los fondos de la agencia espacial siete veces.

Sin embargo, según Space Projects, el problema no son los fondos sino el "dominio" de "ciertos intereses monopolistas" del sector privado sobre la agencia espacial. "La NASA no ha logrado mucho desde caminar en la Luna hace más de tres décadas -dicen los investigadores de la organización--, aunque tiene un presupuesto casi nueve veces mayor que el de Japón". Esto "es entendible -agregan-- porque sus precios son ridículamente elevados en comparación con los del sector privado de Rusia, por ejemplo, que son 25 veces más económicos, como quedó demostrado con el viaje del 'turista espacial' Dennis Tito en abril del 2001".

De esta afirmación se hizo eco Karl Grossman, de la State University de Nueva York y un experto en el programa del transbordador espacial. Grossman dijo a Apro que el papel de las corporaciones dentro de los negocios de la NASA "es enorme". Después de investigar la NASA por más de 20 años "es fácil ver que el problema es menos de fondos que de una administración inteligente".

Grossman reveló que "gente del interior de la NASA me confío durante este tiempo que existe una cultura dentro de la agencia que la lleva a comportarse en muchas situaciones como una típica burocracia gubernamental atada a las grandes corporaciones". Los estadounidenses, afirmó, "tienen una imagen de la NASA como boy-scouts y una agencia eficiente, pero esa es su campaña de relaciones públicas, no la realidad".

El experto, quien forma parte de la Global Network Against Weapons and Nuclear Power in Space, relató que tuvo la oportunidad de hablar personalmente con Don Nelson, un exdestacado técnico de la NASA que en agosto del año pasado envío una carta al presidente Bush advirtiéndole que "la intervención de la Casa Blanca es necesaria para evitar un nuevo accidente catastrófico en el programa del transbordador espacial". El portavoz presidencial, Ari Fleischer, reconoció la existencia de la carta, y también que Bush nunca llegó a leerla. Nelson le dijo a Grossman que "no sólo no fue escuchado, sino que fue reprendido por las autoridades de la NASA".

Aun a costa de los accidentes y de los enormes gastos, "quienes desean mantener las cosas como están son los burócratas que quieren seguir atados a sus empleos y las corporaciones que quieren mantener sus ganancias", dice Grossman.

"En medio de los grandes gobiernos y las grandes corporaciones, la gente común no puede ir muy lejos", como le ocurrió a Nelson, opinó.

Parte III:

La "privatización" de la NASA

Washington.-- La supuesta falta de dinero y los grandes presupuestos que maneja la NASA sigue siendo objeto de intenso debate en estos días. Mientras las grandes corporaciones reciben importantes pagos por sus servicios y productos, la agencia espacial debe efectuar los recortes hacia adentro.

Dentro de las pasadas advertencias que están volviendo en estos días a la luz tras el desastre del Columbia, uno de los más inquietantes fue un reporte de un veterano manager de la NASA, José García, quien cinco años atrás publicó una historia en el diario Miami Herald advirtiendo que la NASA estaba despidiendo a numerosos funcionarios con labores relacionadas con los controles de seguridad. Esos recortes "están haciendo al programa más riesgoso", dijo, agregando que los despidos representaban ya entonces "la mayor amenaza para la seguridad del transbordador desde el desastre del Challenger".

Según trascendió, como si se tratara de una vulgar corporación privada, la NASA enfrentó los recortes de presupuesto vividos durante la administración Clinton (a quien evidentemente no le interesaba alimentar la maquinaria con base en Florida, en Texas y a las firmas de tecnología pesada, que no se cuentan entre los socios habituales de los gobiernos demócratas) despidiendo miles de empleados. En los últimos siete años, según las estimaciones, la agencia espacial habría reducido su plantel de 25 mil a 18 mil 500 empleados, incluyendo 600 despidos precisamente entre los funcionarios encargados de supervisar la participación de los contratistas en el programa del transbordador.

En ese sentido, Space Projects recuerda la controvertida administración del exdirector de la NASA Dan Goldin, "famoso por ser imprevisible, irrazonable, relativamente corrupto y hasta un mentiroso frente al Congreso estadounidense, que intentó vigilar sus gastos", dice la organización. "Para dar un ejemplo de comportamiento abusivo, Goldin desperdició completamente más de mil 300 millones de dólares en el programa X-33, que iba a ser una alternativa al actual transbordador".

Según la organización, la compañía Lockheed, que desarrolló el fallido programa X-33, devolvió los favores recibidos "accionando sus palancas políticas para ayudar a Goldin a mantenerse en el poder", lo que podría ser cierto si se tiene en cuenta que el gigante aeronáutico es uno de los principales aportantes a las campañas electorales de los congresistas estadounidenses.

Según el Center for Responsive Politics, que sigue el rastro de los aportes de campaña, Lockheed -que disfruta de un 80 por ciento de sus ingresos provenientes de la NASA y el Pentágono-- es el primer donante en el sector de la Defensa, con nada menos que 2 millones de dólares en los comicios del 2002, 2.7 millones en los del 2000 y un total de 10.1 millones desde 1990.

Space Projects incluso asegura que "hay rumores que señalan que Goldin", tras salir de la dirección de la NASA, "busca ahora un trabajo muy bien remunerado dentro de la Lockheed".

Part IV:

Las fallas

En su lista de denuncias, Space Projects señala además la estación espacial Alpha, que "ya ha costado a los contribuyentes fiscales por lo menos 8 mil millones de dólares más de lo previsto inicialmente". La compañía encargada de construirla, Boeing, "ni siquiera está por terminarla ni en el corto ni en el mediano plazo", asegura la organización, la cual completa señalando que el mantenimiento de la estación espacial rusa Mir "cuesta nada más que el 3 por ciento de lo que está costando nada más construir la estación de la NASA".

Grossman recuerda que "gran parte de la NASA comenzó a ser privatizada en los años 80, durante el gobierno de Ronald Reagan, cuando gran parte de las labores gubernamentales fueron entregadas a las grandes corporaciones, no con mucho éxito". Peor aún, según el experto, que coincide con el análisis de García, "existe falta de coordinación entre los contratistas y una falta de supervisión de parte de la NASA".

Para Robert Park, de la Universidad de Maryland y otro experto en el programa espacial, la vocación privatizadora de la NASA y su decisión de confiar ciegamente en las corporaciones "evidentemente no derivaron en una gran mejoría".

Una auditoría realizada en el 2001 sobre las actividades de la NASA parece darles la razón a Grossman y Park, ya que criticó fuertemente la laxitud de la supervisión que la NASA ejerce sobre las operaciones de seguridad que la United Space Alliance dentro del programa del transbordador.

Esto quedó evidente esta semana cuando surgieron las numerosas denuncias que afirmaron que los técnicos de la NASA no prestaron atención a las advertencias sobre las debilidades de seguridad de varios sistemas del transbordador, inclusive el revestimiento térmico, señalado como una de las posibles causas del desastre. Además, no sólo los funcionarios de la agencia espacial no dieron importancia a esas preocupaciones sino tampoco a la investigación que ellos mismos encargaron a los expertos de la Carnegie Mellon University en 1990. Incluso, después de estallado el escándalo, pidieron una nueva copia del reporte porque no encontraban la que habían recibido oportunamente a principios de la década pasada, según reveló Elisabeth Pate-Cornell, una de las autoras del informe.

El descubrimiento de cuál fue el sistema que falló y causó la tragedia del sábado tendrá también su impacto en la relación de las corporaciones y la NASA, ya que de ello dependerá si los familiares de los astronautas muertos podrán o no hacer juicio. Si se establece que la culpa fue de la NASA, es decir, de un organismo oficial, las leyes excluyen la posibilidad de que la familia de un empleado gubernamental se presente ante los tribunales si esa persona murió cumpliendo sus labores. Y seis de los siete tripulantes del Columbia eran empleados federales. Todo será distinto si se reconoce una falla en alguna parte de la nave espacial entregada por un contratista, como sucedió con el Challenger, que explotó en el aire poco después de despegar en 1986.

En aquella ocasión, los familiares de las víctimas, entre ellas la recordada "maestra espacial" Christa McAuliffe, demandaron judicialmente a Morton Thiokol, empresa proveedora de los cohetes defectuosos señalados como los responsables del accidente. Thiokol --ansiosa por sacarse de encima un problema que le traía muy mala publicidad, en especial por la enorme simpatía que la tripulación del Challenger había despertado en Estados Unidos-- llegó a un acuerdo extrajudicial con los querellantes, cuyo monto nunca fue informado oficialmente, pero que habría llegado a los 7.7 millones de dólares para repartir entre las familias de los astronautas. Thiokol pagó el 60 por ciento y el gobierno estadounidense el restante 40 por ciento, según trascendió en aquel momento. También trascendió que el acuerdo se alcanzó rápidamente ante el temor de que los directivos de Thiokol dieran a conocer que, presuntamente, habían advertido a la NASA sobre la posibilidad de fallas en la seguridad de los cohetes.

Por si acaso, la Lockheed, que podría quedar en el ojo de la tormenta si se descubre que el sistema de recubrimiento térmico tuvo la culpa del desastre del Columbia, ya dejó en claro que los paneles que sirven a ese mecanismo son producidos con la colaboración de otros por lo menos 200 subcontratistas.

Siempre en el terreno del dinero, la carrera espacial norteamericana está mostrando nuevamente que varios puntos en común con la industria del armamento, no solamente porque comparte muchos objetivos sino tambien porque es una enorme fuente de recursos para varias de las grandes corporaciones de la tecnología pesada, las cuales son también tradicionales sostenedores de los gobiernos republicanos en Estados Unidos y habituales proveedores de los proyectos más caros de Washington.

Algunas de ellas podrán sobrevivir más tranquilamente a una eventual racionalización de la NASA, como Lockheed Martin, la vencedora de la pulseada por el contrato para construir el nuevo avión caza norteamericano, el Joint Strike Fighter (JSF). En cambio, la Boeing, protagonista principal de la aventura del transbordador y primer proveedor de la NASA, podría verse afectada por el desastre del transbordador. Esta empresa fue la perdedora de la carrera por el JSF, el proyecto para el "caza del futuro" que en el presupuesto del 2004 prevé una inversión de 4 mil 400 millones de dólares.

Después de la dura competencia por el JSF, Boeing y Lockheed Martin se están viendo las caras también en este terreno, ya que ambas tienen casi a punto sendas versiones de los nuevos cohetes que podrán impulsar a los transbordadores de la próxima generación. Los proyectos del Delta IV de Boeing y el Atlas V de la Lockheed recibieron unos mil millones de dólares de subvención federal en los últimos años.

"El papel del Pentágono en el programa espacial se ha venido expandiendo -dijo Bruce Gagnon, director de la organización no gubernamental Global Network Against Weapons and Nuclear Power in Space-, especialmente desde que se ejecutaron los recientes recortes de presupuesto". Para Gagnon no hay dudas sobre las características del futuro del programa espacial. "Declaraciones recientes del exsecretario de la Marina y actual administrador de la NASA, Sean O'Keefe -señaló- indicaron que todas las futuras misiones de la agencia espacial serán de 'uso dual' o, en otras palabras, que el Pentágono seguirá adelante con su conquista del programa espacial".

Por todo esto, en la Tierra algunas preocupaciones se hicieron más urgentes. El desastre del Columbia dio nueva voz a los científicos que vienen advirtiendo sobre los riesgos de la exploración espacial tal como la está llevando adelante el gobierno de Estados Unidos. "La tragedia del Columbia llegó en momentos en que la NASA se mueve hacia un expandido programa para el uso de energía nuclear en el espacio", recordó Grossman. El experto apuntó hacia el controvertido proyecto Prometeo iniciado el año pasado por la agencia espacial en el marco de la Nuclear Systems Initiative, que cuenta con una inversion de unos mil millones de dólares para desarrollar cohete de propulsión atómica.

Este artículo muy interesante fue publicado en Proceso el 10 de febrero, 2003  aquí

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